top of page

Quanto sei grande Roma quann'è er tramonto



Los atardeceres siempre han sido mi hora favorita del día. El cielo cambiando a cada segundo y creando un arte efímero perfecto. Naranja, lila, morado... líneas cambiantes de colores y nubes generando un cuadro abstracto que se graba en la retina, hasta que todo se vuelve negro. Fragmentos de momentos solo aptos para aquellos con una sensibilidad especial, nostálgicos de alma y románticos en vena. Porque, a veces, como dijo le petit prince, “cuando uno está muy triste son agradables las puestas de sol”, y a mí ahora, mientras revisaba fotos de mi último mes me ha aparecido esta imagen y no he podido reprimir una sonrisa. Una pequeña curvatura que con los segundos iba creciendo y que luego ha terminado en una extraña mueca. La morriña. Pero he descubierto por qué son tan placenteras las puestas de sol en determinados momentos. Te hacen recordar lo efímero que es todo y recapacitar sobre ello, porque es como la vida, cambiando sin rumbo y sin sentido. Y comparando ese atardecer de febrero con el de hoy, recuerdo que madurar significa tomar decisiones, que aunque no te gusten, sabes que son la correcta. Sueños rotos por un futuro bienestar. Siempre, desde pequeña, me he solido definir como una chica sin suerte (intensa hasta la muerte), y las pocas veces que la he podido agarrar de la mano, la vida me la ha soltado de golpe. Porque, al contrario del famoso dicho, todo lo que bien empieza, mal acaba. Por lo menos para mí. Sin embargo, pienso que las cosas pasan por algo. ¿Destino? podría ser. Y aunque ahora sienta náuseas en el estómago, sentada en la playa frente al mar, agua que se refleja en mis ojos por momentos, parece que las penas se las van llevando esas olas. La playa cura las heridas. Roma. Casa. Nos vemos pronto. 💛❤️

Comments


bottom of page